jueves, 24 de junio de 2010

Tiempo

Mirando al cielo, como tiempo atrás lo había hecho.
Llovía. El incansable repiqueteo de las gotas contra la ventana le calmaba como ningún medicamento había logrado.
Ojerosa, pálida, demacrada.
Su estado hera penoso. No había estado nunca peor, y nunca le había importado tan poco. El fin se acercaba.
¿Cuántas veces no lo habrían aventurados aquellos charlatanes de bata blanca?
Alguna vez tendrían que acertar, sonrió sarcástica, aún mirando al cielo, esperando su momento. Se miró las manos, arrugadas como pasas, temblorosas, viejas. Toda ella estaba igual, incluso peor. Ya no había fuerza allí.
Había luchado toda la vida para aquel momento único. Había esperado toda una eternidad para aquello.
Le costaba respirar, los párpados pesaban.
Pensó una vez más en él. Sonrió ampliamente, después de tantos años por fin nada se interpondría entre ellos.
No había nada más.
Lo vio sonriendo, tendiéndole la mano. Ella se levantó de su silla, con una agilidad sorprendente, se giró y se vio a sí misma allí, vieja y demacrada, dormitando.
Volvió a observar a aquel hombre que la esperaba a lo lejos, que la había estado esperando por años.
Corrió a su lado.
Era libre.

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