martes, 29 de junio de 2010

Tiempo

¿Cuánto te queda? ¿Cuántos años más estarás a mi lado? ¿Cuánto tiempo nos queda para disfrutar? ¿Cuánto te ha acortado la vida esto?
¿Me seguirás viendo crecer? ¿O te irás antes?
Tengo miedo
No quiero que te vayas.
Quédate.
Llevo demasiado conteniendo el llanto, llevo demasiado ignorando la realidad.
¿Cuánto tiempo?

domingo, 27 de junio de 2010

Sí o no.

A decir verdad, nunca he creído que todo fuese blanco o negro, siempre hay matices... Pero hay veces que los matices desesperan.
Me pierdo en tus ojos, sé que me miras, sé que ríes a pesar de que intentas estar serio para hacerme rabiar, sé que te gusta más a tí que a mí todas estas tonterías, por mucho que te quejes. Si no, no buscarías cualquier excusa para repetir.
Sabe a poco, ¿verdad? Falta algo. Las despedidas algo silenciosas, el ambiente tensándose por momentos, palabras vacías llenan lo que nuestras voces se callan.
Tus dedos entrelazados con los míos, tus manos enormes de nuevo acariciando mi espalda, el bombeo del corazón al compás.
No hay nada más.
El silencio cortado sólo por nuestras cálidas respiraciones, sintiéndonos el uno al otro. Tus manos viajan por mi piel libremente, recorriendo un terreno que ya te tiene que ser conocido.
Tus palabras siempre confundiéndome. Escondiendo algo, haciéndome rabiar. Jugando con dulzura y delicadeza cuando podrías destrozarme por completo, sujetándome con fuerza para que no me separe de tu lado.
No me dejas irme, no quiero irme.
Me sigue dando miedo lo mucho que me gusta este juego.
La última vez que tomé partida en este ajedrez perdí todas mis fichas y las machacaron. Pero sé que volvería a jugar si me lo propusiera, sé que si volviera al pasado, sabiendo todo lo que sé, volvería a jugar.
Creo que voy a mover. Creo que me toca a mí avanzar.
Acepto el reto.
Veamos cómo evoluciona esto, que pueden pasar muchas cosas, como tú mismo dices.

jueves, 24 de junio de 2010

Tiempo

Mirando al cielo, como tiempo atrás lo había hecho.
Llovía. El incansable repiqueteo de las gotas contra la ventana le calmaba como ningún medicamento había logrado.
Ojerosa, pálida, demacrada.
Su estado hera penoso. No había estado nunca peor, y nunca le había importado tan poco. El fin se acercaba.
¿Cuántas veces no lo habrían aventurados aquellos charlatanes de bata blanca?
Alguna vez tendrían que acertar, sonrió sarcástica, aún mirando al cielo, esperando su momento. Se miró las manos, arrugadas como pasas, temblorosas, viejas. Toda ella estaba igual, incluso peor. Ya no había fuerza allí.
Había luchado toda la vida para aquel momento único. Había esperado toda una eternidad para aquello.
Le costaba respirar, los párpados pesaban.
Pensó una vez más en él. Sonrió ampliamente, después de tantos años por fin nada se interpondría entre ellos.
No había nada más.
Lo vio sonriendo, tendiéndole la mano. Ella se levantó de su silla, con una agilidad sorprendente, se giró y se vio a sí misma allí, vieja y demacrada, dormitando.
Volvió a observar a aquel hombre que la esperaba a lo lejos, que la había estado esperando por años.
Corrió a su lado.
Era libre.

miércoles, 23 de junio de 2010

Noches entre susurros

Y esque no sé si fue un sueño, si acaso lo oí de verdad o si tan sólo lo imaginé. ¿Era cosa del momento? ¿Tu olor me embriagó? ¿Acaso era la luz de las farolas que entraba por las ventanas? ¿Qué día fue? ¿A qué hora fue?
No tengo ni idea, no me salen más palabras, solo sé que será un momento que atesoraré en lo más hondo de mi ser, sólo para mí. Esa mirada, esa voz y esa caricia fueron sólo mías.
Dormía bajo tu brazo, sintiendo toda la piel de tu cuerpo ardiendo a mi lado, suave, como una estufa, calmándome.
Creo que acababa de cerrar los ojos y había caído inmediatamente en las redes del sueño, realmente llevaba tiempo sin dormir y mi cuerpo lo exigía a gritos por mucho que tú estuvieses ahí.
Sentí de pronto que me movías, suavemente y tu voz llenando mi cabeza. Menudo susto me llevé. Me desperté sobresaltada y ahí estabas, boca arriba, mirándome y pensando en vete a saber que´. No recuerdo que te dije, a penas podía mantener los ojos abiertos.
Hablamos, mucho tiempo. Lo sé, los silencios llenaban el espacio entre las palabras, nuestros cuerpos enredados, apretándonos el uno al otro. Susurrando palabras confusas, extrañas, que no hacen más que descolocarme por completo.
O cuando me miraste con tus ojos brillando, en la oscuridad de la noche, y me pediste permiso para acariciarme la cara. ¿En qué cabeza cabe? No sé definir lo que me ocurrió en aquel momento, ¿miedo? ¿terror? ¿angustia? ¿o tal vez fue la sensación de que todo marcha bien? Quizás me de pánico pensar que todo marcha bien y en realidad no marche a ninguna parte.
Me gusta. No sé si es verdad, si llevará alguna parte o no, si fue cosa del momento.
Pero me gusta.
Simplemente lo aceptaré, sonreiré y no pensaré. Si hace falta me arrancaré la cabeza para no imaginarme nada.
Aunque, te aviso, esos momentos fueron sólo míos, y los guardaré para mí, los mimaré y los abrazaré.
Soy feliz con esto, tanto si sigue, como si no. Porque aún no he caido. Porque no quiero caer todavía si no me lanzas de lleno.

miércoles, 9 de junio de 2010

Anne Müller

0. Prólogo

Los recuerdos van y vienen, las palabras se pierden en los entresijos del tiempo. Las imágenes se borran y se desdibujan por las calles, las canciones se distancian y hacen eco de lo que queremos ocultar y encerrar bajo llave.

Una mujer de piel pálida, como el mármol, de aspecto frío, casi con los reflejos de la nieve, como si fuera una figura de hielo, totalmente lisa, sin pecas ni manchas oscuras, a penas vestigios del tiempo que había pasado por su piel.

El cabello caía alborotado por sus hombros, ni liso, ni rizado. Bucles caprichosos que se enrollaban y se dejaban caer como una cascada por su espalda, acariciándola. Un pelo castaño, con reflejos cobrizos que proyectaban la luz del sol de una manera peculiar y cegadora.

Sus ojos oscuros y de sorprendente candor estaban clavados en un libro que acariciaba con sus finas manos.

Nadie diría que ya rondaba más de la treintena.

Su nombre era Anne Müller. Originaria de un estado federado de Alemania, Hesse, de la región Darmstadt, más concretamente en su distrito rural de Offenbach, en el municipio Langen, al suroeste Alemania.

No obstante el destino quiso que acabara estableciéndose, tras muchas mudanzas y recorrerse más de medio país, en Múnich, destacada ciudad universitaria. Así pues fue cómo Anne Müller junto con su amiga de la infancia Elizabeth Klein empezó una nueva etapa de su vida en Múnich.

Elizabeth había conseguido un piso pequeño y céntrico gracias a sus tíos, que se lo prestaban mientras estudiase allí.

La familia de Elizabeth era realmente adinerada, sus padres le permitían todos sus caprichos y ella podía hacer lo que quisiera sin temor a reproches. Era la típica niña mimada.

Al contrario que su mejor amiga, Anne había tenido que buscarse un piso más alejado, más pequeño y mucho más barato en la periferia de la ciudad, con lo que cada mañana tendría que hacer un angosto trayecto con el autobús.

Ambas habían completado el Gymnasium, la educación secundaria para alumnos con más capacidades intelectuales. Consiguieron ambas Atibur, el diploma que se obtenía al superar Gymnasium, y que les permitiría acceder a cualquier Universidad Europea sin necesidad de exámenes extras.

Por aquel entonces para Anne no había nada más importante que poder ingresar en la universidad de Múnich y estudiar allí enfermería.

Por ello decidió darlo todo de sí para conseguir una de las pocas becas que ofrecían para poder estudiar en aquella ciudad. Y la consiguió, gracias a sus excelentes calificaciones. En cambio para Elizabeth pagar la matrícula no suponía ningún problema para, ella ni ningún quebradero de cabeza.

Elizabeth siempre había tenido algo que Anne anhelaba con todo su ser.

Mientras que su mejor amiga triunfaba en todo lo que se proponía, ella se iba quedando estancada en el pasado, tan sólo era una sombra a su lado, alguien que tenía que bailar a su compás y acatar todas las órdenes. Cual vasallo con su señor.

Elizabeth y Anne contaban las mismas primaveras y siempre habían crecido juntas. Elizabeth era carismática, tenía fuerza y siempre llamaba la atención, tenía un carácter que no pasaba desapercibido y siempre fijaba sus metas bien altas y las conseguía sin mucho esfuerzo.

Klein era delgada, con curvas exuberantes que no dudaba en explotar y marcar descaradamente, unos rizos preciosos que adornaban todavía más aquella melena dorada, que enmarcaba su fina y suave piel pecosa, unos ojos enormes, pestañas largas y curvadas, bien pobladas que resaltaban todavía más el color azul cielo de sus ojos.

Todo lo contrario que Anne. Eran polos opuestos.

Anne Müller era también delgada, pero al límite, sus huesos se marcaban hasta darle un aspecto cadavérico, demacrado. Los pómulos se notaban demasiado, sus ojos parecía que se iban a salir de sus órbitas, la piel chupada, pegada a los huesos. La piel, mate, blanca como la de un muerto. El cabello castaño cayendo sin control alguno por delante de su cara no ayudaba en absoluto a su aspecto. Menos aún aquellos ojos opacos sin luz ninguna que parecía que iban a saltar en cualquier momento, o aquella nariz algo grande que gracias a su delgadez se veía desproporcionadamente enorme, como el pico de un águila. Siempre mordiéndose los labios, nerviosa, destrozándoselos. Vistiendo con ropas holgadas y oscuras, como si se hubiese puesto un saco de patatas. Siempre se encerraba en su habitación para estudiar, alejándose de la vertiginosa vida social y ociosa que llevaba su amiga, que siempre intentaba arrastrarla a aquel torbellino de luz y de juegos.

No sabía ni cómo la vida había acabado uniéndolas, para bien, o para mal.

Fuera como fuese ésta es la historia de Anne Müller, desde sus primeros pasos en Múnich, cuando toda su vida se fue al traste, a los veinte años.


martes, 1 de junio de 2010

A Leo.

Pues sí. Sé que la persona a la que va dedicado esto no lo lea. Vamos, lo veo difícil. Pero me gustaría decirlo, al menos aquí.
Acabo de leer un post enorme, conmovedor, en su blog.
Es triste ver cómo gente envidiosa se aprovecha del trabajo de los demás, que hacen por amor al arte, ver cómo se burlan de eso.
Creo que no puedo añadir mucho más, y que todos, quien más y quien menos, hemos sufrido algo así alguna vez.
Realmente no puedo añadir más a lo que he leido de sus propias palabras. Sólo que si yo hubiese visto algo así sé que me hubiese encendido, porque él no se merece nada de eso.
No sé... ni qué hago escribiendo esto.
Hace mil años que quería escribirle algo, que quería escribirle algún mensaje de agradecimiento, una de las razones (no la única) por la que me anime´ a hacerme un blog.
Y hoy me he decidido.
Sí, mi mente no rula bien ahora, está abotada de fisiología... no riego bien, la verdad.
Pero no le puedo hacer nada. Soy así... cada uno es como es y carga con sus locuras.
Y yo estoy muy orgullosa de mis locuras.
Hoy mismo me han dicho "bendita locura la tuya" que es loq ue me hace especial
Puede que sí, que cada uno tengamos ese toque, esa "locura", que nos caracteriza a cada uno.
Me acabo de dar cuenta que todo este texto no tiene ni pies ni cabezas.
Acabo de escribir un mensaje kilométrico e infumable de agradecimiento a Leo, uno de los mejores profesores de anatomía que he tenido, por no decir el mejor.
Me siento afortunada de haber encontrado esos videos, de poder aprender de ellos, de dibujar los esquemas, con paciencia, poner los nombrecitos, tomar apuntes, con ilusión, entre sus bromas.
No hay palabras suficientes para agradecer todo lo que hace.. a cambio de qué? de las pocas palabras que podamos dedicarle?
Realmente, por mucho que repita que le debo mucho, y por más que diga una y otra vez "gracias, gracias, gracias" siento que no es suficiente para compensar todo lo que hace.
De veras que le estoy agradecida... Y no sé ni cómo decirlo ya...
Esto ha acabado siendo una sopa de palabras sin sentido. Aunque para mí al menos lo tiene (o eso creo)
Creo que es suficiente revoltijo por hoy... un abrazo, Laura.