miércoles, 9 de junio de 2010

Anne Müller

0. Prólogo

Los recuerdos van y vienen, las palabras se pierden en los entresijos del tiempo. Las imágenes se borran y se desdibujan por las calles, las canciones se distancian y hacen eco de lo que queremos ocultar y encerrar bajo llave.

Una mujer de piel pálida, como el mármol, de aspecto frío, casi con los reflejos de la nieve, como si fuera una figura de hielo, totalmente lisa, sin pecas ni manchas oscuras, a penas vestigios del tiempo que había pasado por su piel.

El cabello caía alborotado por sus hombros, ni liso, ni rizado. Bucles caprichosos que se enrollaban y se dejaban caer como una cascada por su espalda, acariciándola. Un pelo castaño, con reflejos cobrizos que proyectaban la luz del sol de una manera peculiar y cegadora.

Sus ojos oscuros y de sorprendente candor estaban clavados en un libro que acariciaba con sus finas manos.

Nadie diría que ya rondaba más de la treintena.

Su nombre era Anne Müller. Originaria de un estado federado de Alemania, Hesse, de la región Darmstadt, más concretamente en su distrito rural de Offenbach, en el municipio Langen, al suroeste Alemania.

No obstante el destino quiso que acabara estableciéndose, tras muchas mudanzas y recorrerse más de medio país, en Múnich, destacada ciudad universitaria. Así pues fue cómo Anne Müller junto con su amiga de la infancia Elizabeth Klein empezó una nueva etapa de su vida en Múnich.

Elizabeth había conseguido un piso pequeño y céntrico gracias a sus tíos, que se lo prestaban mientras estudiase allí.

La familia de Elizabeth era realmente adinerada, sus padres le permitían todos sus caprichos y ella podía hacer lo que quisiera sin temor a reproches. Era la típica niña mimada.

Al contrario que su mejor amiga, Anne había tenido que buscarse un piso más alejado, más pequeño y mucho más barato en la periferia de la ciudad, con lo que cada mañana tendría que hacer un angosto trayecto con el autobús.

Ambas habían completado el Gymnasium, la educación secundaria para alumnos con más capacidades intelectuales. Consiguieron ambas Atibur, el diploma que se obtenía al superar Gymnasium, y que les permitiría acceder a cualquier Universidad Europea sin necesidad de exámenes extras.

Por aquel entonces para Anne no había nada más importante que poder ingresar en la universidad de Múnich y estudiar allí enfermería.

Por ello decidió darlo todo de sí para conseguir una de las pocas becas que ofrecían para poder estudiar en aquella ciudad. Y la consiguió, gracias a sus excelentes calificaciones. En cambio para Elizabeth pagar la matrícula no suponía ningún problema para, ella ni ningún quebradero de cabeza.

Elizabeth siempre había tenido algo que Anne anhelaba con todo su ser.

Mientras que su mejor amiga triunfaba en todo lo que se proponía, ella se iba quedando estancada en el pasado, tan sólo era una sombra a su lado, alguien que tenía que bailar a su compás y acatar todas las órdenes. Cual vasallo con su señor.

Elizabeth y Anne contaban las mismas primaveras y siempre habían crecido juntas. Elizabeth era carismática, tenía fuerza y siempre llamaba la atención, tenía un carácter que no pasaba desapercibido y siempre fijaba sus metas bien altas y las conseguía sin mucho esfuerzo.

Klein era delgada, con curvas exuberantes que no dudaba en explotar y marcar descaradamente, unos rizos preciosos que adornaban todavía más aquella melena dorada, que enmarcaba su fina y suave piel pecosa, unos ojos enormes, pestañas largas y curvadas, bien pobladas que resaltaban todavía más el color azul cielo de sus ojos.

Todo lo contrario que Anne. Eran polos opuestos.

Anne Müller era también delgada, pero al límite, sus huesos se marcaban hasta darle un aspecto cadavérico, demacrado. Los pómulos se notaban demasiado, sus ojos parecía que se iban a salir de sus órbitas, la piel chupada, pegada a los huesos. La piel, mate, blanca como la de un muerto. El cabello castaño cayendo sin control alguno por delante de su cara no ayudaba en absoluto a su aspecto. Menos aún aquellos ojos opacos sin luz ninguna que parecía que iban a saltar en cualquier momento, o aquella nariz algo grande que gracias a su delgadez se veía desproporcionadamente enorme, como el pico de un águila. Siempre mordiéndose los labios, nerviosa, destrozándoselos. Vistiendo con ropas holgadas y oscuras, como si se hubiese puesto un saco de patatas. Siempre se encerraba en su habitación para estudiar, alejándose de la vertiginosa vida social y ociosa que llevaba su amiga, que siempre intentaba arrastrarla a aquel torbellino de luz y de juegos.

No sabía ni cómo la vida había acabado uniéndolas, para bien, o para mal.

Fuera como fuese ésta es la historia de Anne Müller, desde sus primeros pasos en Múnich, cuando toda su vida se fue al traste, a los veinte años.


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